Ella Mancini

Allí estaba yo. Bañada de una luz divina, desnuda frente al ventanal viendo la ciudad desde el piso 23. Una copa de vino se mece en mis manos. Un trago, dos tragos, lo que sea necesario para matar el aburrimiento. 

Tomo un libro al azar, de esos apilados en una esquina. Me arreglo en el sofá y empiezo a navegar entre las letras, que a grandes rasgos, describen a la mitología griega. Un tema fascinante para mí.

Pegaso es uno de mis personajes favoritos. La razón perfecta para meses antes, haber pedido a elfo un juguete sexual con las mismas características y que, sumado a los demás, completaría mi pequeña, pero generosa, colección personal de instrumentos de placer. 

Lo cierto es que estaba preparada para iniciar la lectura, cambiando la copa de vino por un poco de lubricante y por mi Pegaso. Repaso las hojas y voy hasta los relatos eróticos de Zeus.

Un dios antojado del sexo, que bien podría haberse tirado a todas las ninfas del Olimpo y que, para ese momento, me provocaba más y más.

Comienzo a mojarme al leer sobre la seducción que ejercía éste dios sobre sus víctimas. Imagino sus manos fuertes, recorriendo ferozmente mis senos para coger con mayor fuerza mis nalgas.

Me mojo, me excito y alimento la fantasía de su cuerpo con mis manos, que tocan mi clítoris cada vez con mayor intensidad. Se siente bien. Ya no importa el libro, el vino o el tiempo. 

Tomo a Pegaso entre mis manos y lo acerco hasta la entrada de mi hermosa cueva de placer. Juego con él. Tanteo su punta en mi vagina e inicia el juego. Meter un poco, sacar, desear.

Volver a meter, sacar y ahora con mayor deseo empujar el Pegaso en mis entrañas. Un gemido salta de mi garganta y al recuperar mi aliento lo deseo de nuevo. 

Estoy cada vez más mojada. Con una mano sigo la aventura en mi clítoris y con la otro empujo cada vez más ese juguete que encuentra un espacio dentro de mi, mientras mi mente recita: “Zeus, sexo, pene, fuerza, sumisa… ¡Dios!” 

Mi cuerpo ahora jadeante arde en el placer del vaivén. El orgasmo se acerca. Me muerdo los labios y hago todo lo posible para aguantar pero no quiero parar. Continúo hasta que me dejo ir.

La noche ha terminado.

Gracias Pegaso, gracias Zeus.

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